Después de abrir este espacio para recordar el alma, algo ocurrió dentro de mí. Este texto no es una enseñanza. Es un instante real que viví y me transformó. Una danza sutil entre lo que soy y lo que la vida me mostró cuando decidí dejarme ver.
Todo comenzó con un acto simple: mostrarme en las redes sociales tal como soy.
No fue una estrategia ni una búsqueda. Solo la necesidad de expresarme desde un lugar real. Dejé que saliera, sin máscaras, sin adornos. Y entonces, algo se activó. Una oportunidad llegó. No la perseguí. Llegó sola. Y desde entonces, todo empezó a moverse.
Días después, me encontraba camino a una cita importante. No era cualquier encuentro. Lo sentía distinto. Más profundo. Más alineado con algo que no sabía nombrar. Y antes de entrar, el universo ya me estaba esperando.
Lo supe por la sensación. Por la piel erizada sin motivo. Por la certeza silenciosa que no venía de la mente, sino del cuerpo. Como si todo dentro de mí supiera que ese instante ya estaba escrito. Que no había error. Que estaba justo donde debía estar.
Y entonces, comenzaron a suceder cosas.
Pequeños detalles que me hablaban sin palabras. Imágenes. Momentos. Silencios. Cada vez que me permitía imaginar, sentir, abrirme… algo respondía. Y no sabía cómo explicarlo, pero lo reconocía. Porque no lo pensaba: lo sentía.
Durante el día, la realidad se volvió una danza. Cada paso, cada pensamiento, cada emoción encontraba eco. Como si el universo estuviera en sincronía conmigo. Cada cosa en su lugar. Cada gesto exacto. No eran señales. Eran reflejos.
Y la emoción creció. El cuerpo hablaba. Escalofríos. Latidos intensos. Una especie de temblor dulce que me recordaba que estaba tocando una verdad viva. Una parte de mí que no necesitaba lógica, solo presencia.
Y en uno de esos momentos de claridad interna, ocurrió algo sutil. No era lo que veía. Era lo que sentía al verlo. Porque por primera vez no deseaba tener nada… solo reconocía que eso, lo que fuera, ya vivía en mí. Sin comparación. Sin esfuerzo. Sin necesidad.
Y ahí supe que algo había cambiado. Que ya no estaba esperando señales, porque todo dentro de mí ya lo sabía. Había una paz nueva. Una calma que no venía de afuera. Una certeza que me decía: «Ahora sí. Ya estás aquí.»
Y entonces apareció un instante final, como un susurro sagrado. Como si el universo me envolviera y dijera sin palabras: «Ya puedes sostener todo lo que antes solo imaginabas.»
Ese día no fue normal.
Fue una obra maestra invisible.
Una conversación silenciosa entre mi alma y la vida.
Una forma suave de decirme que, cuando uno se muestra desde la verdad, lo que es real… responde.
Y eso…
no se olvida.
— El Alquimista del Alma